domingo, noviembre 06, 2005

La Saga de Andrea Pheldis

"Al descubrir el sendero en la montaña, solo me asuste cuando
dí cuenta que era exactamente ese el que estaba buscando"
Andrea Pheldis

Capitulo I - Parte 2

Del diario de Panteafones

14 de Hecatombeon de 256 según el ciclo de Metatón
Ya hacen dos meses que deje mi hogar y mi familia, mi querida patria Calipos. Alejarme de las comodidades para salir a cumplir mi descabellada y ambociosa aventura está siendo hasta ahora mucho más dificil de lo que me imaginé. Había logrado ganarme un par de monedas con mis pobres dotes de poeta. Las múltiples historias que me había relatado Nimuda eran nuevas para los habitantes de las pequeñas aldeas que cruzaba en mi camino hacia la costa oriental, donde había pleneado abordar un buque esclavista que me levase por lo menos hacia el misterioso Igin. Conservaba yo unos pocos Ases que me había legado mi familia y a los que escondía con gran celo. Afortunadamente hasta ahora no había tenido necesidad de acudir a ellos.

18 de Hecatombeon de 256 según el ciclo de Metatón

Me detuvé una noche en la ciudad Equiel, nombrada así tras el dios protector de la polis por supuesto. No tuvé demasiados problemas para ingresar allí, una fuerte alianza había entre Calipos y este lugar, por lo que mi condición (a pesar de no ser la de un ciudadano) estaba protegida. Equiel era un lugar costoso, contrario a lo que uno creería equilibrado en lo más mínimo, donde los barrios se encontraban muy separados por status económicos, conocedor de esto, y tras pedirunas pocas indicaciones a los guardias de la puerta, me encaminé hacia una posada ubicada en un barrio humilde pero seguro. La mano de Ioth debió haber dibujado mi sendero, porque topé azarosamente con un sujeto que corría cargando una pequeña bolsa que, por por el sonido que causaba, debió haber portado monedas. Al verme vestido con mi armadura de cuero y portando mi pulido gladius el hombre me imploró ayuda, evidentemente alguién lo perseguía, y a juzgar por su carga la razón era obvia. La calle estaba bastante desierta en aquella no tardía hora del atardecer. No pude pedir explicaciones antes de que un grupo de cuatro bribones nos rodeasen. Me ví por vez primera en mi vida envuelto en una situación de combate real. Asustado, nervioso, confunido por la rapidez con la que habían sucedido los hechos, tomé mi gladius y me puse en guardia. Uno de los bribones se abalanzó sobre mi blandiendo una daga, el perseguido se hechó al piso protegiendo su dinero, logré esquivar el embate, el bribón pasó de largo y rapidamente le asesté un codazo en la nuca tras lo cual cayó desmayado. Mis movimientos debieron ser más impresionantes de lo que pensaba porque los otros pilluelos retrocedieron unos pasos y luego corrieron en diferentes direcciones. El sujeto que había clamado mi ayuda se incorporó y me sonrió denotando una enorme alegría. Se presentó a si mismo como Pestinov, gran comerciante de caballos y figura respetada en todo Equiel. Era el típico comerciante, gordo, con barba muy a la usanza clásica, pero parecía un hombre en realidad bueno, hasta un poco ingenuote. Tras darme las gracias numerosas veces se retiró corriendo con la misma velocidad que cuando lo estuvieran persiguiendo, mientras yo lo observaba algo confundido, en realidad, había perdido la dirección hacia la cual me dirigía. El bribón que había caído al suelo permanecía todavía inconciente, lo levante sobre mis hombros y me dirigí hacia el que creí era el camino a la posada. Hasta que caí en que estaba totalmente perdido en un laberinto de calles que además asustaban por su tremenda quietud. Caminé mientras las sombras de la noche terminaban de cubrirme, hasta que logré oír varias voces a la distancia. Me asomé y ví una mujer jugando con varios niños en un pequeño patio. Al verme, la dama se llevó las manos a la boca dentando sorpresa, los chicos en cambio corieron hacia mí gritando "Merae! Merae!". Me rodearon mientras saltaban y gritaban ese nombre, obviamente se referían al bribón que yo cargaba. La mujer se aproximó y observó a Merae, con una mano tocó su rostro suavemente al tiempo que su rostro demostraba tristeza. Con pocas palabras me guió hacia el interior de la casa, y me indicó un lecho donde colocar al hombre. La casa era grande pero muy humilde, un suave y tranquilizante aroma dificil de identificar inundaba el ambiente principal. El salón de entrada estaba lleno con mercaderías de diferentes tipos, las que no pude dejar de observar cuando recordé que no había comido en todo el día. Más lejos y oculta a la luz de la lámpara de aceite había una pequeña efigie de Nebel. "Merae es mi hermano" me dijo antes de presentarse, "pero no sabíamos de él desde hace meses". Herada, tal era el nombre de la mujer, Suplicante por supuesto, sin muchas preguntas me invitó a comer un pequeño plato de potage, y luego me indicó una habitación donde podía pasar la noche. Los niños estaban ya dentro de la casa. Sin muchas palabras le agradecí el ofrecimiento y me rescoté en un incomodo lecho, formado mayormente por costales vacios. El día había sido más cansador que los acostumbrados, caí dormido en poco tiempo.

1 comentarios:

Roberto Iza Valdés dijo...
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