Landon vio una luminosidad cubrir todo su rango de visión, un rápido cosquilleo, y luego, la sensación de flotar. Una tenue vibración recorría su cuerpo. Había muerto una vez antes, y era una sensación totalmente extraña, y sin embargo análoga. Se sentía como volver a una paz, a un silencio casi intrauterino.
Rapidamente una voz mental rasgo su ilusión:
-No estas muerto, soy yo.
-Cas?
-Escudo TK, el mas poderoso que puedo evocar. Acabas de destruir la mitad de Gomerghast, por cierto.
-Cuernos. Gracias, Cas.
-Para eso estoy, salvar la vida de todos ustedes, manga de obstinados hedonistas.
-Marak? Puedes sentirlo?
-Vive, y resistió el impacto gracias a la Cimitarra de Jideum. Pero lo has lanzado bastante lejos… apenas puedo sentirlo.
-Estamos en el borde del sobreplano del vacío, las distancias aquí crecen, las coordenadas espaciales forman un manifold creciente…
-Entiendo, ahórrame las matemáticas. Se está alejando y no podrá alcanzarnos.
-¿Qué paso que estuviste en trance toda la pelea?
-Su mente es horrible… Traumas por todos lados, identidades escindidas, disociaciones... Su madre, Sif, era una mujer horrible. No me extraña que Lamuel la haya asesinado... Y, Lamuel mismo, el amor de su vida de su madre… Marak lo admira y lo odia al mismo tiempo…
-Podemos dejar la psicología para después, mujer? Me estoy acalambrando. Puedes apagar el escudo TK?
Landon volvió a recuperar sus sentidos. Flotaba en el espacio. A sus pies estaban los restos, abiertos como ballena monstruosa, de la nave que había estado construyendo todo este tiempo. El espectáculo le sobrecogió el corazón. Restos de la nave aun ardían, consumiendo el poco oxigeno que quedaba; gran parte de los depósitos de mana liquido había estallado y el armazón principal brillaba al rojo vivo. Nubes de restos de magia surcaban todo el campo.
Por primera vez miro sus manos. Estaban vacias. Recorrio con la mirada buscando sus armas, pero no estaban allí.
-Cas…
-Lo siento, no pude protegerlas. Ellas tenían su propia voluntad, me ayudaron a protegerte, pero eran demasiado orgullosas para aceptar mi escudo…
-¿Destruidas, así como si nada?- Landon se froto las manos quemadas.
-Creo que sí. No siento su presencia. ¿Estás bien? – Cas le apoyo su mano en la espalda.
-Sí. Sigamos adelante.
El Fantasma de Garlond Valdarien, y el Fantasma de Zeldon Naer se miraron con una mezcla de profundo respeto y total rivalidad. Garlond tenía su espada, una versión ectoplasmica de Lauranar Lenwamacil, el arma de la espada. Zeldon estaba, por su parte desarmado, pero el odio, para un fantasma, es un arma tan potente como cualquier otra.
Pietra, a su particular manera, miraba la contienda, preocupada, severamente drenada. Temía por la vida de su amado, a pesar de que su amado yacía en el suelo, enfriándose rápidamente.
Garlond alzaba su espada en un ángulo paralelo al suelo, su piernas ampliamente separadas, la pose de guardia clásica del antiguo combate kalanite, tan vieja quizás como cualquier esgrima. Zeldon miraba solamente, aullando levemente, humeando y mutando rápidamente.
Con la sorpresiva celeridad de un rayo en la noche, Zeldon se arrojó, las garras enhiestas buscando el cuello del avariel. Entonces, Garlond hizo algo sorprendente. Piedra chillo asustada.
Arrojo su arma, y abrió sus brazos y sus alas, recibiendo las garras de Zeldon sin resistencia. Estas se hundieron en el cuerpo de Garlond como un cuchillo caliente en manteca, emandando sangre blanca.
Las alas y los brazos del avariel entonces se cerraron sobre Zeldon. Este, viéndose atrapado, aulló espantosamente, como un dragón agonizando. Piedra se tapo los oídos, pero el grito del Zeldon bestial llegaba a su cabeza directamente. Y lo que más la asusto fue que reconoció, mezclada con el grito degenerado de Zeldon, la voz de su propio esposo, gimiendo de dolor.
Las formas forcejeando se confundieron rápidamente en un remolino de ectoplasma.
Pietra alzo sus defensas instintivamente, y en ese momento algo la distrajo. La pared de irrealidad que había surgido momentos atrás palideció, y estallo. Ella nunca supo porque hizo eso, pero se arrojo directamente sobre el remolino de los dos fantasmas.
El espacio fuera de los planos era de una negrura total, muy diferente al espacio fuera de Kraad que Landon había surcado tantas veces. No había estrellas, ni radiación, ni el vacio que aspiraba el aire y los huesos, ni el frio eterno del espacio. Era una nada, una nada que quemaba las retinas, aturdía la mente y silenciaba la sangre. Era hipnótico, Landon no podía dejar de mirarlo. El espacio mas allá de los objetos cercanos era más oscuro que el negro de los drows, que el fuligeno de los magos. Recordó donde había visto ese color antes. Era el color de Terminal Blade.
-Que hacemos, Landon? La nave no volara más. Pirothess este rumbo al castillo del Destino, llegara muy pronto.
-Cual es el problema? Vinimos aquí para poner un nuevo destino que reemplace al anterior. Pirothess es una traidora, pero lo mismo podemos decir de cualquiera de nosotros. Dejémosla que ella se convierta en Destino, y nosotros habremos ganado, después de todo.
-Hay alguien allá arriba, Landon.
-¿Como sabes eso?
-Lamuel se lo dijo a Armand. Y yo lo leí de su mente, anoche. No se dio cuenta.
-Bien, Fleur es más que capaz de derrotarlo, sea quien sea.
-Landon, yo creo…
-Que quieres que hagamos, Cas? – estalló Landon- Perdimos a Rusp, a Hitamo, Garlond y su mujer, Zeldon…
- No sé, Landon, no se…
Landon la miró. Estaba llorando.
Por primera vez en su vida, Marak estaba solo.
La cimitarra de Jideum acababa de morir en sus manos. Su último sacrificio había sido escudar a Marak del daño del terrible ataque que Stormbringer y Mourngun (e indirectamente, Landon) le habían propinado. Marak estaba ileso, pero el piso había desaparecido a sus pies, y la fuerza ejercida por la detonación lo había arrojado velozmente fuera de Gomerghast. Ahora, caía en el vacío, rumbo a los planos. Visto desde allí, el multiverso era una esfera multicolor… Marak podía ver a lo lejos las nubes del Monte Celestial, y en extremo opuesto, los resplandores del Abismo. Era una visión impresionante, como pocas criaturas habían visto alguna vez. Todos los planos de los dioses, visibles de un solo vistazo.
Pero los dioses lo habían abandonado.
A lo largo de su vida, Marak había escuchado las voces de los dioses en su cabeza. Allamut, su abuelo, impulsivo y decidido. Mehom, el tentador, que desde niño lo sometía a extrañas pruebas. Y los otros, un ardiente coro de personajes secundarios que le daban consejos, y a veces lo llenaban de enorme poder.
Las voces se habían apagado.
Curiosamente, Marak estaba sereno. De alguna manera, una extraña sensación lo inundaba. Mientras caia, ingrávido, cada vez mas rápido, pensaba. Recordó su pelea con Landon, la extraña presencia que había estado curioseando su cabeza. No le había prestado atención: Landon, y sus dos armas, eran un oponente formidable. La presencia, seguramente Casandra, no podría dañarlo, los Dioses cuidarían su mente.
Pero otra cosa había sucedido. Casandra había tocado algo en su cabeza, y los Dioses se habían callado. Pero Marak estaba allí, entero. Su mente estaba igual que siempre, firme, decidida, caprichosa…
Los dioses lo habían abandonado porque Landon lo había derrotado. Se fueron sin despedirse, arruinadas sus chances de evitar que un nuevo Destino sea coronado. Se aferro a esa idea, primero como una idea temible, luego como una realidad dolorosa. Medio hora después, esta idea era un ancla de salvación ante una idea mucho más terrible.
Casandra era una psionica, ciertamente. Pero también era una curadora.
¿Y si los dioses en su cabeza no eran otra cosa que el mismo, otra personalidad imaginaria de si mismo?
Casandra lo había curado. Y los dioses estaban muertos, desde hace tiempo atrás, como Enor había dicho.
Maldijo todos los nombres sagrados que recordaba. Y mientras lo hacia, los ojos cerrados, golpeando el vacio, sintió una fuerza sujetándolo, deteniendo su caída.
Ante tus ojos apareció una figura bicéfala, tetrarquica, andrógina. Reconoció los rostros que se fundían en uno.
- Silthe Baramir? Megalreanna?
- Nosotros éramos ellos – contestó la aparición. – Ahora somos El Uno. Ahora somos El Pacto. Ego Sum Mitrœ.
2 comentarios:
BUENISIMO!!!!!!!!!! aL FIN!!!!!!
no entiendo un choto, me empinga, porque no se llaman los cuentos de Irintia y que todas las tetas de Irintia lo lean????
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