Minas Orion, la torre del castigo fue construida pocos años después de la ascensión del Thain; era una cárcel destinada a refugiar a los disidentes politicos, en su mayoría thains menores que no deseaban perder sus privilegios, y habian elegido el bando equivocado. Cuando Enor estabilizó su poder y avanzó hacia el oeste, en el 48', muchos de los thains fueron perdonados y juraron fidelidad al Portador de la Terminal. Minas Orion se expandió, no hacia arriba (nunca tuvo mas de cinco pisos) sino hacia abajo, un pozo cilíndrico de tres mil metros de profundidad, rodeado de balcones celdas. Un simple sistema de ascensores sostenidos por poleas y cables de acero permitía el ingreso de los prisioneros: khunds rebeldes, amazonas, drows, incluso illithids lobotomizados. Cada celda-balcón tenia una pequeña canaleta por la que caía, a intervalos regulares, algo de agua potable, y un liquido similar a la sopa. Un pequeño agujero les servia de urinal.
Minas nunca fue usada más que en un diez por ciento de su capacidad máxima. Los prisioneros, en particular aquellos poco acostumbrados a la falta de oxigeno y la intensa presión del inframundo, morían más rápido de lo que llegaban. Los humanos duraban seis días; los enanos y drows, a lo sumo seis meses. Y mientras mas abajo eran alojados, era peor. A los doscientos metros no llegaba nada de luz del sol, la temperatura era de diez grados bajo cero, solo llegaba agua sucia y muy poca sopa, y el aire era sencillamente irrespirable.
Pocos podían imaginar las condiciones de vida en las celdas inferiores, nunca terminadas deconstruir, a mas de dos mil metros de profundidad.
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-Uh. Parece que llegamos tarde. -Comentó Grana.
-No. Este es. -Afirmó Casandra.
Casandra se arrodillo sobre el cuerpo. A su alrededor, un Escudo de aire la protegía de la presión a dos mil metros de profundidad y una gema lumox en su frente la iluminaba. Escarbo levemente con las uñas el cuerpo desnudo. La piel estaba carbonizada; al tocarlo con el escudo de aire se levantó una nubecilla de polvo negro y un intenso olor entre podrido y quemado.
Casandra tomó su medallón y lo colocó sobre el lado izquierdo de pecho. Frunció el seño.
-¿Que?
-Nada. Tiene pulso todavía. Una pulsación cada treinta minutos, aparentemente. Pásame el bisturí.
Realizó una corta incisión en el brazo. La gota de sangre tardó casi dos minutos en formarse. Era completamente negra. Casandra examinó el rostro. El pelo estaba hecho polvo, y la carne se había descascarado, dejando ver el cráneo. Los ojos estaban reventados y secos.
-Apartate. Voy a revivirlo. - imprecó Megalreanna.
-No. No está muerto.
Megalreanna pidió explicaciones con un gesto.
-No. Tiene un índice de regeneración increíble, asi que se sigue regenerando. Por supuesto, no puede sacar energía de la nada, asi que las células se están quemando para alimentar el proceso RGT y las funcionalidades neuronales básicas. La falta de agua lo obliga a poner todo el sistema en modo de hibernación, por así decirlo. Había visto cosas así, pero nunca tan...
-Bueno, déjame que lo cure.
-No estoy seguro que le haga bien.
-Además esta anatemizado. Si lo curas, se va morir. - sentenció Grana
-¿Como sabes eso? - pregunto megalreanna
-Bueno, lo conoci hace tiempo. No mucho, pero después me enteré más detalles.
-Ya nos cuentas. Mira, Megalreanna, necesitamos transportarlo, pero esta muy fragil y quebradizo. ¿Puedes abrir un portal estable aqui?
-Hm... prácticamente estamos en las antípodas de Ulean, y muy profundo... Lo intentaré.
-Bien. Yo usaré Telekinesis grado 9 para moverlo. Grana, cúbrenos.
-Ok. ¿Grado 9? No sabia que podías
-Si, y no puedo evitar presumir un poco.
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Grana contó la historia mas tarde, ya en la Cueva.
-La historia es larga; y los narradores anteriores a mi han ido agregando cosas, quizás para darle dramatismo. Digamos que Lamuel Cusack, o Lamuer Gussax como lo llaman otros, era solo un joven bardo y pillo, miembro de una banda de nómadas invothaks. Sabía un poco de magia, un poco de otras cosas y era desastrosamente bello. Todo un rompecorazones invothak. Una noche, su abuela, bruja (y su maestra de magia) le encargó acompañar a su amiga, la bruja Dakamara, a un realizar una diligencia en un pueblo cercano, en las costas de Nicea. Dakamara y Lamuel se cayeron antipáticos desde el primer momento. Pasaron la noche en una vieja posada. Lamuel era joven y estaba fuera de casa, algunas doncellas le sonrieron desde la barra y le prometieron cerveza. Lamuel acomodó sus cosas en la habitación, mientras la bruja dormía como un tronco. Curioso y no precisamente honesto, se puso a revisar sus cosas. Vio en el cuello de la vieja un viejo medallón de hierro frío y cardo, mojado en sangre de demonio. Lamuel sabia que era un medallón de pacto, lo que le da el poder mágico a las brujas. La vieja dormía profundamente. Las manos de Lamuel era ágiles, y con su fiel daga cortó el hilo y se llevó el medallón. Quizás fantaseaba con extorsionar a la vieja, o hacerle sufrir algún chasco. No lo sabemos. Tampoco sabemos porque la bruja no protegió con magia su medallón. Acaso confiaba en su suerte. Acaso el medallón mismo decidió ir con Lamuel.
Lamuel pasó la noche en el bar de la taberna, acompañado de dos taberneras de su edad. Rompió a llover, una tormenta terrible. Las señoritas, asustadas por los rayos, se apegaron al cuerpo del joven rapaz. Este, satisfecho, las abrazó, mientras su imaginación se desbordaba.
Por la lluvia, entraron a la posada cuatro hombres de barbas largas y cotas de mallas aceitadas. Un ojo experimentado y sobrio hubiera visto que los hombres eran asaltantes. Lamuel no los tenía entonces. El cabecilla, un niceano rubio y barbudo, tomo una silla, la dio vuelta y se sentó, mirando fijamente a Lamuel y sus acompañantes. Las señoritas se asustaron; Lamuel no. El maleante sonrió como un lobo, y le pidió aguardiente; Lamuel le sirvió. Empezaron a charlar, fingiendo amabilidad. Lamuel entró en confianza. El hombre era más astuto; comenzó a tironear al joven, y le sacó palabra por palabra toda su historia, y la naturaleza (onerosa) de la diligencia que la bruja intentaba. En un arranque de soberbia, Lamuel mostró el medallón robado.
El maleante sonrió, e hizo un gesto a sus colegas. Estos se movieron discretamente a la habitación de la bruja. El joven se percató en medio de la niebla alcohólica que algo andaba mal, e intentó protestar. El cabecilla lo desafió a una pulseada. Lamuel nunca fue fuerte, pero no podía perder tan rápido su recién adquirida hombría. Aceptó; ambos unieron sus manos. El maleante era fuerte, y apenas se esforzaba. Lamuel cerró los ojos e hizo su mejor esfuerzo.
El cabecilla aprovechó la oportunidad y le dio un puñetazo con la izquierda; en realidad, era zurdo. Lamuel destrozó unos estantes, con todo su contenido, y quedó knockout.
Mientras, los otros cabecillas atacaron a la bruja. Algunos dicen que la violaron; yo no lo creo. Pero lucharon contra ella y la golpearon brutalmente; ella, sin magia, apenas pudo defenderse con una daga. La dejaron medio muerta. El cabecilla se unió a sus compinches y le pisó la garganta, para obligarla a decir donde estaba el botín. La bruja lo miró con sus ojos naranja, y le clavó la daga en el muslo, apenas la punta. El cabecilla se enfureció, pateo la daga y descargo una silla cercana contra el cráneo de la vieja. No mucho después, encontraron el dinero y se fueron.
Lamuel se recuperó; caía licor en su cara. A tientas, fue a la habitación, donde la bruja agonizaba. Sabia lo que había pasado, el robo de Lamuel, su imprudencia, todo. Le dijo que los maleantes estaban muertos: su daga estaba envenenada, un veneno muy potente y sin misericordia; sus estómagos estallarían y morirían intoxicados con sus propios jugos gástricos, sus propias heces mezcladas en su sangre. Sabia que toda la culpa era de Lamuel, y le prometió que seria castigado.
Lamuel se enfureció, le echó toda la culpa. El no podía haber hecho nada, ella no tenia pruebas. La vieja lo miraba con sus ojos naranjas, ahora además ensangrentados. Y Lamuel cometió su último error. Abofeteó a la vieja, e intentó estrangularla, callarla de una vez. Mientras lo hacía, totalmente fuera de si, vio sus labios resecos moverse por última vez. Y aunque por su garganta no pasaba aire y de sus labios no salía sonido alguno, Lamuel escuchaba esas palabras en sus propios oidos, retumbando como si las dijerá un dios vengativo.
Que palabras eran, no lo sabemos. Pero eran una maldición, una maldición in articulo mortis, la más potente que una bruja puede proferir. Lo maldijeron a vivir, a que las armas no le garanticen la muerte sino el sufrimiento. Lo maldijeron a portar un rostro horrendo, y solo recuperar su belleza original de ratos, como para extrañarla más.
Y lo maldijeron a traer la desgracia y la destrucción a todos sus seres queridos.
Esa noche, Dakamara falleció, y Lamuel salió corriendo bajo la lluvia, aturdido y angustiado. Emociones increíbles corrían por sus venas, y amenazaban con matarlo. No lejos cayó un rayo, Lamuel se asustó y rodó por una ladera embarrada.
Había piedras de pedernal afiladas, se cortó las mejillas, el labio. Al terminar de rodar, en un charco, se vió las heridas.
El resplandor de los relámpagos le permitió ver como se cerraban, lenta pero inexorablemente. En un rostro que ya no era el suyo.
-Yo continuaré la historia. Pero no soy tan melodramático como Grana – interrumpió Armand-. Lamuel viajó a Xenoria; no había nada forma de que pueda volver con los suyos. Estaba un poco enloquecido por lo que había hecho y le había pasado. En una taberna se descontroló, y lo llevaron a un manicomio, un viejo antro de perdición donde nunca nadie se curó ni nadie sobrevivió mucho tiempo. Hizo algunos amigos. Algunos eran personas que luego adquirieron fama y poder; otros pronto fueron pasto de gusanos. Hubo un incendio; los locos huyeron. Pasaron por toda Xenoria, viajando al sur; tuvieron sus aventuras, sus asesinatos, sus placeres y sus infamias. Lamuel conoció a una joven, una niña apenas, llamada Jade Wild. La arrancó de su tía, la protegió, la sedujo, la trató como un ser digno. Y en un pueblo perdido en el Sur, cuando se hartó de ella, la abandonó.
Lamuel siguió su marcha con sus aliados. Visitó Ulean, viajó por los planos, construyó un castillo en Queur, se hizo aliado del Mikado. Se hizo amigo de Dirand Erialna. Jade sobrevivió; una noche, un dandy empedernido que también era un genio se enamoró de ella y la llevó a vivir con él. Que la quería, no había duda, pero Iand Silverhand tenía extrañas formas de querer y de sacrificar lo que amaba. Silverhand manipuló a Dirand, Lamuel y su grupo para cumplir sus objetivos; Jade era un anzuelo más. Lamuel sintió la culpa, y trató de arreglar las cosas. Falló; Jade murió para siempre. En Heaven primero, y en Dunoshita luego, Silverhand se enfrentó y les reveló su plan. E invitó a Lamuel a unirse. Él, el hombre que lo había manipulado, que había ordenado la muerte de la mujer que ambos amaban, todo en pos de un ideal superior.
Y Lamuel aceptó, se rindió ante su superior. Quizás era una trampa. Pero nunca lo sabremos, porque Dirand no aceptó, y terminó con el Conde. Las palabras valen más que las intenciones para un Kensai: desde entonces, Dirand lo consideró un traidor; Lamuel se fue de Dunoshita, rumbo al Oeste.
Y luego hacia el norte, las tierras drakking. La maldición actuaba, destruyendo todo a su paso. Se dejó tentar por las cálidas aldeas drakkings; se hizo el protector de una de ellas. Y una joven drakking, una sacerdotisa de dieciséis años, se enamoró de él. Lamuel no quería repetir la historia, y se fue. Pero la joven, Sif Goldenhair, lo siguió incansable por las nieves... Lamuel terminó por aceptarla, como compañera primero, como amante después.
Una noche, en el lecho de nieve y pieles, descubriendo su cuerpo juvenil, fueron atacados. Gigantes de la escarcha, duros pero no tanto como para que Lamuel no pueda hacerles frente. Le ordenó a Sif escapar; él solo dio lucha a los gigantes y los envió al Frostheim. A todos, salvo a uno, que había ido por la fugitiva y le había dado alcance.
Definitivamente, la había alcanzado.
Lamuel recogió el cadáver de la joven. Estaba a treinta días de camino del Valle de Nebel, donde quizás podría revivirla. Pero en ese momento su corazón estaba vacío de toda emoción, hasta de rencor por haberse dejado matar de esa manera.
La envolvió en una capa de piel de lobo, a la usanza drakking, y la enterró en la nieve.
Después marcho al norte, a la desolación total del Vazir.
-Pasaron los años – continuó Grana- Volvió a Kalan; se hizo un concertista exitoso.
Se abstuvo de hacer amigos, de querer a las personas, de encariñarse con nadie. Tuvo breves romances de ocasión, excusas para liberar su pasión rápidamente. Decía que era para que la maldición no perjudique a nadie más. Quizás mentía y realmente era egoísmo. No somos quienes para juzgarlo. Pero el tiempo pasó y el destino (o la ausencia del mismo) vino a buscarlo. Lo conocí en Vizvar, no mucho antes se había reencontrado con Dirand, en el funeral de un amigo. Habían hecho las pases, como hombres maduros que se perdonan sus inocencias. Descubrió que la mujer que creía muerta, Sif Goldenhair, vivía, y era una proxy de Telferas, una einheriar valkyr, y no le había perdonado. Vivía un conflictivo romance con otra persona, con un talentoso paladín llamado Altione Whiteshield of Whiteburg.
En medio de una historia demasiado larga para repetirla aquí, en medio de peligros y luchas y peripecias, Lamuel descubrió que seguía amando a la valkiria, y le pidió volver con ella. Ella aceptó.
Los acontecimientos que conocemos lo llevaron a la Corona de los Cielos. Él y otros nueve héroes se precipitaron por el Jardín de los Senderos que se Bifurcan, en busca del Libro del Destino. Uno a uno fueron cayendo, y pocos alcanzaron el último guardian. Lamuel fue él ultimo. Estuvo a punto de vencerlo, y finalmente, fue derrotado.
Al volver a la normalidad, Sif y Lamuel se fueron a vivir a Goan. Un joven de dieciséis años lideraba una herejía que lo proclamaba como el tercer enviado de Telferas; Sif se puso a su servicio, se convirtió en su genérala, en su policía secreta, en su jefa de liturgia, quizás su amante. De todas maneras, Lamuel y Sif tuvieron tres hijos; Lamuel prácticamente los crió en soledad. Una tarde, años después, Lamuel cayó en cuenta que su vida ya no le pertenecía. Tuvieron una larga discusión con Sif: su amor había muerto años atrás, y habían caído en cuenta demasiado bruscamente. Sif lo anatemizó; poco le importaba a Lamuel el favor divino. Volvió brevemente a Kalan. Tuvo problemas con un Clon de si mismo que lo reemplazó temporalmente; logró, sin embargo, derrotarlo.
Goan era ahora Xilkos; Sif gobernaba un imperio con puño de hierro, la representante de un profeta silencioso. Bayeia, su hija mayor, se pasó a los bandos de la Zufies, junto al viejo amante de su madre, Altione. En la batalla de Alhatanni, fue capturada. Sif literalmente firmó la sentencia de muerte de su hija.
Lamuel salió de su exilio al enterarse de la noticia por el mismo Altione, quien entre lagrimas le pidió que no tome venganza con la mujer, ya que actuaba movida por sus propio orgullo. Pero el rencor había crecido demasiado. Una noche de Agal, bajo las estrellas, Lamuel se introdujo en la Torre del Zéfiro, y ultimó a su esposa. Sin Sif, el profeta nada pudo hacer. Los Zufies triunfaron, y Xilkos volvió a ser Goan.
Lamuel, perdido todas las pulsiones para vivir, puso rumbo norte, al Gran Desierto, buscando en el abrumador calor una respuesta como antes lo hizo en el Frío. Buscaba, acaso, el Castillo de Telferas. Sabia, pero no le importaba, que el Castillo solo puede ser visitado una vez, y él ya lo había hecho. Nunca lo encontró.
Apenas puso resistencia cuando la Komentak vino a buscarlo.
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